+alto_ ÁLAVA Parque Natural de Valderejo © Alberto Carrera / Alamy Stock . Texto PACHO G. CASTILLA Recuerda a una colmena e, incluso, a un paisaje lunar. Aparece nevado en pleno verano, aunque no tenga nieve. Recurrir a metáfo-ras o, incluso, a alguna explicación un tanto marciana para entender el origen del Valle Salado de Añana es tentador. Pero la auténtica magia de este paisaje es más terrenal, aunque parezca de otro pla-neta. Y para ello, hay que apelar a la gastronomía, claro, ya que la sal que aquí se consigue de forma artesanal es apreciada por los mejo-res chefs; pero también hay que echar mano de la historia. Las crónicas conducen al antiguo imperio romano, cuando la sal era considerada “el oro blanco”, ya que era “la única forma de conservar los alimentos”, recuerda el arqueólogo Alberto Plata. Aquellos romanos no solo se dedicaron a poner un simple apelativo al producto. También se ocuparon de construir, con piedra, arcilla y madera, “una particular arquitectura de terrazas de eras”, para poder sacar así todo el partido a esta explotación salinera. Aunque no fueron ellos quienes descubrieron las que son las salinas activas más antiguas del mundo. 7.000 años así de historia lo atestiguan, y siendo más precisos, su origen se encuentra en realidad en las aguas del mar Tetis, un océano de la era de los dinosaurios, ya des-aparecido, en cuyo subsuelo quedó (y sigue) atrapada la sal duran-te miles y miles de años. Un patrimonio único en el mundo Hoy en día, recuperadas las terrazas, son cuatro los manantiales de salmuera que nutren esta fábrica de sal, una de las escasísimas salinas de interior que aún se mantienen en España. “Han desapa-recido el 98%. Su uso empezó a decaer en el siglo XX, sobre todo a partir de los 60, porque no eran rentables, no podían competir con las salinas costeras”, precisa Alberto Plata, responsable de Cultura de la Fundación Valle Salado de Añana, entidad que se creó en 2009 para proteger este “asombro y fascinante paisaje de 12 hectá-reas construido por el hombre” que se encuentra situado a tan solo media hora de Vitoria. Un paisaje vivo, con gran valor histórico, cultural, arqueológi-co, arquitectónico, medioambiental y gastronómico (“virtudes que actúan de manera simbiótica”, prosigue Plata) que a lo largo de sus siglos de historia ha marcado la historia de Álava, convirtiéndose en “un revulsivo para una zona tan rural y tan envejecida”, precisa el arqueólogo. Entre buitres y cascadas Añana es el referente turístico del sur de Álava, sí, pero tam-bién la puerta de entrada a otro paraje insólito: el Parque Natural de Valderejo, situado a poco más de 15 kilómetros del Valle Salado. Atrapado por el río Purón y con un “pie” en el noreste de la provin-cia de Burgos, el más pequeño de los parques alaveses (casi 3.500 hectáreas) confirma que aquí la civilización puede, sin duda, esperar. Un valle semicircular con empinadas laderas y densos bosques don-de confluyen pinares silvestres, encinares o hayedos, 40 especies de orquídeas y la mayor colonia de buitres leonados del País Vasco. Un variopinto lugar con monumentos megalíticos y cascadas que, una vez más, corrobora cómo la naturaleza y el paso del tiempo son capaces de construir entornos tan mágicos que pueden parecer extraños. En los densos y ricos bosques de Valderejo aparecen, sobre todo, pinares de pino silvestre, encinas y hayas. Además, aquí se han llegado a contabilizar más de cien especies de setas y cuarenta de orquídeas.