+alto Muy cerca de Vitoria, se llega al mar de Álava, donde miles de per-sonas practican windsurf y vela, se bañan en sus playas o disfrutan de sus decenas de kilómetros de sendas que lo rodean mientras contemplan un paisaje con una riqueza de flora y fauna exuberante. Los parques de Garaio y Landa y el ornitológico de Mendixur, además de dos puertos náuticos, todos a la orilla del embalse de Ullibarri-Gamboa, son el fruto de la acción sobre un entorno natural que se inició en 1930, cuando el ingeniero Uribe-Etxebarria solicitó el permiso para retener las aguas del río Zadorra con el fin de abastecer a la población y la industria de Bilbao. El hecho de que el pantano mantenga un nivel de llenado muy alto durante todo el año es la clave de su éxito medioambiental. Jagoba Bengoa es guía del parque ornitológico de Mendixur, que cuenta con un kilómetro de senderos y dos observatorios de aves. “Tanta agua resulta de un atractivo irrechazable para las aves que viven todo el año aquí y para las migratorias. Contamos con pobla-ciones de anátidas y garzas, en comparación con otros humedales cercanos”, comenta. Mendixur vive en un discreto segundo plano, lejos del bullicio de los parques de Landa y Garaio, muy frecuentados, sobre todo en verano. “Esta discreción es uno de sus principales atractivos para quien busca la soledad habitual de los pajareros”, como se llama a los ornitólogos de manera coloquial. Bengoa recomienda visitar Mendixur en otoño, cuando llegan las aves migrantes del Norte de Europa y “se pueden observar algunas rarezas como el porrón pardo. En verano, destacan las abubillas y los torcecuellos”. La riqueza de este ecosistema ha merecido el reconocimiento de la Unión Europea del embalse de Ullibarri-Gamboa como Humedal Ramsar de Importancia Internacional. Un sendero entre sauces y pinos Los antecedentes de este complejo de parques naturales hay que buscarlos en Garaio, la mayor de las penínsulas del pantano. Desde hace años, sus 116 hectáreas se reconvirtieron en un área recreativa preparada para el disfrute de las aguas, que cuenta con una playa artificial creada con los sedimentos del propio Zadorra en su desembocadura al Ebro. A principios de este siglo, las playas y otros asentamientos ilegales llevaron a la Diputación de Álava a ampliar las áreas de recreo, al mismo tiempo que se cerraba el perímetro del embalse con senderos, que cuenta con dos itine-rarios principales. El primero comienza en el aparcamiento del restaurante Etxe-Zuri, en Landa, el segundo parque natural. A partir de aquí, el camino (de unos 2,5 metros de ancho) se aden-tra por un bosque de robles, sauces y pinos hasta llegar al pueblo de Ullibarri-Gamboa, después de pasar por el Club Náutico de Vitoria. El necesario chapuzón El otro itinerario sale del parque de Garaio, y es, sin duda, el más espectacular. Tras andar unos cientos de metros, el paseante tiene que cruzar el pantalán flotante de 192 metros lineales y verda-dera obra de ingeniería acuática. Cruzar este pantalán, a pesar de ser de una seguridad máxima, no deja indiferente a nadie: cuando se llega a la mitad del trayecto, se aligera el paso inconsciente con el deseo de volver a pisar tierra firme. El recorrido finaliza en Landa, y si el tiempo acompaña, es obligado concluir con un chapuzón en su playa, muy frecuenta-da por los vecinos guipuzcoanos. Esta playa y la de Garaio están reconocidas con la bandera azul por la calidad de sus aguas. Y lue-go están las colas meridionales del embalse, la zona más salvaje, colmadas de limos y vegetación palustre, en donde se han creado rincones naturales muy apreciados por la avifauna y otros anima-les. Zampullines y cuellinegros conviven con cormoranes y somor-mujos. Y todas se encuentran encantadas de recibir a las más de 10.000 aves que llegan a pasar el invierno. Ullibarri-Gamboa les ofrece agua y alimento. Por otro lado, en los pantanos del Zadorra se ha conseguido que sus habitantes –desde aves a veleros, sin olvidar a bañistas, cicloturistas y demás urbanitas– convivan en más o menos pacífica armonía, siguiendo la tradición milenaria del río. Texto Txema garcía crespo M