+alto_URKIOLA Texto Txema García Crespo Lugar de paso, espacio sagrado, maravilla geológica, fauna salvaje y exuberante vegetación confluyen en el parque natural de Urkiola, en el tránsito de Vizcaya a Álava, frontera entre las cuencas can-tábrica y mediterránea donde habita desde siempre Mari, la diosa madre de la mitología vasca. Y donde, desde hace unos siglos, se rinde devoción a San Antonio Abad y San Antonio de Padua. “Urkiola destaca por la belleza y la espectacularidad de sus cres-teríos calizos, pero también por aunar naturaleza y mística, en un lugar que es espacio de convivencia cultural, religiosa, comercial y paisajística”, explica Alberto Muro, autor de la completísima guía del parque publicada por Editorial Sua. En un paisaje modelado por el agua, resalta imponente el Anboto, la cumbre por antono-masia de este parque natural que recibió esta denominación en 1989.Aunque Urkiola ha sido desde siempre uno de los lugares predilectos para la notable afición montañera que goza el País Vasco. Y eso que no son grandes cumbres. El Anboto, su principal cima, alcanza los 1.331 metros y su ascensión clásica, desde el puerto, son cinco kilómetros – con cierta dificultad al final debido a las filigranas del karst–, que se hacen en poco más de hora y media. Pero este monte es la morada de Mari, y eso hace que este lugar cuente con una magia que se traslada a todo el parque, un misterio que sobrecoge todavía hoy en día, cuando la niebla cubre la cumbre, símbolo de que la diosa cocina en su cueva. La ruta del vino y el pescado cruza Urkiola: desde tiempos inmemoriales, los carreteros llevaban el fruto del mar a la mese-ta y volvían con vino de la Rioja alavesa. Por la sinuosa carrete-ra que sale de Durango, se descubre un paisaje que, a pesar de esa humanización del tránsito comercial, conserva la pureza de lo desconocido. Según se asciende, los caseríos típicos salpican el recorrido hasta llegar al puerto que da nombre al parque, donde se encuentra el santuario de los dos San Antonios. Aquí, cada 13 de junio se celebra una de las romerías más famosas de Euskadi, a la que acuden quienes quieren superar su soltería. Para conseguir-lo, deberán dar siete vueltas, en el sentido de las agujas del reloj, a una enigmática roca –probablemente, un meteorito, según la creencia– que se encuentra a los pies del templo. Desde el puerto, después de pasar por el Centro de inter-pretación del parque Toki Alai, el visitante se adentra en los hayedos que rodean las cumbres calizas del citado Anboto, Alluitz, Untzillaitz o Larrano. Son hayas trasmochas, aquellas que durante siglos se “cultivaron” para conseguir de sus rectas ramas vigas o el tablazón de los barcos. El parque ofrece actividades montañeras para todos los gustos: desde la escuela de escalada de Atxarte o las travesías por sus cumbres para los más aguerridos alpinistas hasta rutas familiares de escasa dificultad. La primera es la senda mágica que ascien-de desde Mañaria hasta la ermita de San Martín, “un lugar mágico, entre caseríos y campas, otro de los enclaves mistéricos de Urkiola”, comenta Alberto Muro. La ruta sigue bajo la peña de Untzillaitz hacia el barrio de Elosu, desde donde sale la cal-zada que atraviesa un hayedo para llegar al santuario de Urkiola. Y la segunda ruta sale del valle de Atxondo, quizás uno de los más bellos del País Vasco, donde podemos haber comido en el Asador Etxebarri, el cuarto mejor restaurante del mundo. Desde el pue-blo de Arrazola, comienza el paseo circular alrededor del Anboto, sin hacer cima. Es un recorrido ideal para descubrir la hermosura del valle y sentir la fuerza de la morada de Mari. L Los rebaños de ovejas salpican los praderíos de valles como Aramaio o Atxondo y con su leche se produce el exquisito queso Idiazabal.