+de 200 KM/H Seguir leyendo Station Sucrée, está situado en Rue de l’Université, donde se encontraba el rectorado de la Universidad (arriba izquierda). Claire Lucchini, Cloé Vidaller, Sandra Arcos y Samuel Artacho, de Le Réservoir , galería de arte “híbrida” situada en la icónica torre L’Arbre Blanc (arriba derecha). El tranvía de la línea 2 de Montpellier fue diseñado por el artista Mattia Bonetti (abajo derecha). El emprendedor de Montpellier Alexandre Teissier, creador del concepto del Marché du Lez (abajo izquierda). Aquellas elegantes folies –pensadas para el descanso de una pujan-te burguesía– dejaban constancia de una época de prosperidad. En 2012, Michaël Delafosse (por entonces, concejal de urbanis-mo; hoy, alcalde de la ciudad) decidió actualizar el concepto. Así sur-gieron maravillosos edificios como la Folie Divine, de la arquitecta bri-tánica-iraní Farshid Moussavi, o L’Arbre Blanc, que firma el japonés Sou Fujimoto. Estas Folies architecturales du 21ème siècle (Locuras arquitectónicas del siglo XXI) lograron su objetivo: “Enriquecer el patrimonio arquitectónico de la ciudad”, que en esos años parecía desbordarse, con no pocos proyectos. Surgieron edificios firmados por arquitectos de prestigio, como el levantado por Jean Nouvel y François Fontès con forma de nave espacial y donde se ubicó el Hôtel de Ville (Ayuntamiento); o el “diamante inmobiliario”, la Résidence Koh-i-Noor, de Bernard Bühler; también el showroom mobiliario RBC Design Center (609 Av. de la Mer-Raymond Dugrand), de Jean Nouvel; o el centro deportivo La Nuage (769 Av. de la Mer-Raymond Dugrand), con el sello de Philippe Stark... Y así, muchas más cons-trucciones que llevaron a Port Marianne, el distrito de Montpellier construido en los años 90 a orillas del río Lez, a convertirse en la meca de la arquitectura del futuro. Una ciudad arquitectónicamente inquieta En este mismo entorno vecino al río Lez, a finales de 2016, y en unas antiguas instalaciones agrícolas, surgió Marché du Lez (1348 Av. de la Mer-Raymond Dugrand), una “minialdea” creativa, con alma industrial, que reúne food hall, artesanía, startups, ropa de segunda mano, rooftops... “La mayoría de las ciudades francesas se desarrollan en la periferia, en torno a supermercados, sin dejar lugar a nuevos actores más auténticos, huyendo de la franquicia. Pero la gente quiere tener acceso a productos locales y eventos de calidad”, resume su promotor, Alexandre Teissier, la idea del atípico espacio. Este ecléctico lugar simboliza el espíritu de un nuevo barrio que nació residencial pero no se conforma con serlo. Prueba de ello es, por ejemplo, la galería “híbrida” Le Réservoir (55 Rue de Montels Saint-Pierre), situada junto al río, justo “a los pies” de L’Arbre Blanc. Claire Lucchini, responsable de comuni-cación de este espacio, recuerda que “la ciudad prevé crear 12 folies arquitectónicas más” a imagen del icónico edificio donde está. También a sus pies se encuentra el restaurante L’Arbre, y en la 17ª planta, su codiciado rooftop. Desde allí, se contem-pla una increíble panorámica de la ciudad, y se divisa el abruma-dor barrio de Antigone, que en 1979 ideó Ricardo Bofill. No es una folie, pero sí hereda su espíritu y enriquece el “loco” ADN arquitectónico de la ciudad. En su momento, este gran proyec-to urbanístico –con aire neoclásico– transformó el perfil de la ciudad, conectando, ya entonces, el río con el centro histórico: l’Écusson, llamado así por su forma de “écu” (escudo). L’Écusson, en el corazón de la ciudad medieval Hasta este medieval barrio, l’Écusson, llegó en 1983 Nathalie Quentin: “Mis padres iban a ver un hotel en Perpiñán y, por casua-lidad, nos encontramos con el anuncio de un pequeño palacete (hôtel particulier) del XIX en venta en Montpellier. Nos enamora-mos enseguida de este antiguo edificio y del barrio”. A los pocos meses, abrieron Hôtel du Palais (3 Rue du Palais des Guilhem), junto a la place de la Canourgue, “la plus vieille” (“la más anti-gua”, además de bella y romántica) de las tantísimas plazas repletas de terrazas que inundan l’Écusson. “Uno de los mayores encantos de Montpellier es tomar un café en la place de la Canourgue mientras disfrutas del azul del cielo y del bonito color de las fachadas o ver a las ardillas saltando en el Jardín des Plantes”. Y también “contemplar las cigüeñas en las torres de la Cathédrale Saint-Pierre”. Lo asegura Marie Laure Tanguy, que restaura libros antiguos en L’Atelier du Livre (4 Rue Jean Jacques Rousseau). “Poder ejercer mi pasión por el tra-bajo artesanal cobra todo su sentido en el corazón de esta ciudad medieval”, asegura Tanguy. El barrio de l’Écusson es un entorno que habla de 500 años de historia en torno a la alfarería y la loza, o de esos luthiers que, desde finales del XVIII, tienen aquí su taller. También de joyeros, de sopladores de vidrio... Una larga tradición que se perpetúa, sobre todo, en las calles que rodean las iglesias de Saint-Anne y Saint-Roch. La vida en la terraza de una plaza Le vieux Montpellier –y justo enfrente de Saint-Roch– fue también el entorno que eligió el artesano chocolatero Thierry Papereux (nacido en Vichy y formado en Lyon) para instalar su atelier-tien-da (8 Rue Saint-Pau). También habla de le charme (el encanto) de “estas pequeñas plazas con terrazas” de l’Ecusson, y de lo agradable que resulta relajarse en ellas, “un auténtico cambio de aires”, preci-sa. Y donde coinciden “lugares históricos, tiendas artesanales y estu-pendos restaurantes”, como el cercano Café Leon (12 Rue du Plan d’Agde), regentado por Gigi Masson, “un restaurante tradicional francés con cocina del viejo mundo”. Gigi decidió abandonar París para instalarse en el que es el corazón de la mayor región vitiviníco-la del planeta. Un lugar abierto a todas las cocinas del mundo (“en Montpellier no hay especialidades”, asegura la chef). Un territorio que tampoco se caracteriza por tener “un estilo arquitectónico defi-nido”; aunque, como dice Claire Lucchini, “eso es quizás lo que le da su encanto a esta ciudad”.